
Dicen que el alma es el soplo divino, la potencia mística, la voluntad del poder, lo que queda de nosotros, la última sustancia... En definitiva, el alma, el espíritu, no puede destruirse, a pesar de destruir al cuerpo que lo porta.
Pobres filósofos; si Kant, Nietzsche, Aristóteles, Espinoza, hubieran conocido a nuestros políticos, habrían llegado a la conclusión de que el espíritu dura el tiempo en que dos de ellos tardan en poner sus acomodados culos en una silla.